25 de Diciembre de 1955. Han transcurrido ya 16 años desde el final de la Guerra Civil Española, pero sus consecuencias económicas, sociales y políticas son aún sufridas de lleno por los habitantes del país.
La población civil cordobesa se halla mayormente empobrecida, inmersa en un contexto de precariedad alimenticia, falta de materias primas de todo tipo y escasez de carne y fruta, cuyo precio está por las nubes.
El desempleo hace estragos entre las personas en edad laboral, cuyos exiguos recursos económicos obligan a que con frecuencia sólo puedan comer una o a lo sumo dos veces al día, ayudados por familiares y amigos.
Pero existe otro sector poblacional todavía en peores condiciones, al borde de la más absoluta miseria: son los cordobeses desempleados que no han podido encontrar trabajo, cuyos allegados están en situación similar, y que vagan por la ciudad buscando un bocado que llevarse a la boca.
Algunos de ellos, sumidos en la pobreza, han acudido al Covento de San Jacinto (denominado entonces Asilo de San Jacinto) en busca de alimento y están ahora haciendo fila esperando su turno para que tres monjas y una muchacha auxiliar les den comida en forma de panes y patatas cocidas, ya que el Ayuntamiento de Córdoba ha decidido donar gratuitamente 1.500 comidas a obreros en paro de la ciudad (ayudas alimenticias que habrían de ser aumentadas poco después).
Un hombre minusválido al que le falta su pierna izquierda desde los 13 años (tras sufrir un accidente en una tienda de ultramarinos donde trabajaba como contable en 1930), fotógrafo de profesión, está en el lugar en esos momentos, muy cerca de los hombres en paro a quienes están entregando comida las tres monjas de caridad y la muchacha auxiliar.
Su nombre es Ladislao Rodríguez Benítez.
Lleva ya nueve años trabajando como fotógrafo profesional desde que en 1946 abandonó su puesto fijo vitalicio como perito mercantil funcionario del estado (tras aprobar unas oposiciones a principios de los años cuarenta), en favor de la fotografía, a la que ama con todo su ser, y desde entonces se ha ganado a pulso su reconocimiento como fotoperiodista.
En estos momentos agarra con su mano derecha una cámara fotográfica Leica IIIc telemétrica formato 24 x 36 mm con objetivo Summitar 5 cm f/2 de 7 elementos en 4 grupos y cargada con película de blanco y negro Kodak Super-XX 100 ISO de 35 mm, mientras sujeta con su brazo y mano izquierdos una muleta de madera para poder mantener el equilibrio sobre el suelo.
Ladislao Rodríguez Benítez está muy atento a lo que ocurre, de pie e intentando pasar desapercibido por todos los medios, ya que se trata de un contexto delicado, con seres humanos en situación desesperada, por lo que el respeto hacia ellos y la discreción son factores clave para poder fotografiarles.
Las tres monjas y la muchaha auxiliar continúan dando pan y llenando con patatas cocidas los platos que traen los obreros cordobeses en paro.
Es una situación presidida por la miseria y que afecta profundamente al fotógrafo, hombre de gran sensibilidad y humanidad que ama profundamente a su ciudad y a sus gentes y hace fotos tanto para ganarse la vida él mismo como sobre todo poder llevar el sustento diario a su mujer y sus hijos, por lo que existe una empatía con las personas necesitadas protagonistas de lo que está viendo.
La concentración de Ladislao Rodríguez Benítez es máxima y como buen fotógrafo profesional "sabe ver la foto ", algo que lleva haciendo desde principios de los años cuarenta.
De repente, surge la magia: la monja más alejada de la cámara (con gafas y ubicada en el centro de la imagen) está ofreciendo un puchero mediano con patatas a un joven desempleado de unos 18-20 años de edad que acaba de llenar su plato — mirándolo fijamente — mientras otro hombre de unos 30 años de edad (situado a la izquierda de la imagen) aguarda impaciente a que la mencionada monja le ofrezca también a él patatas del puchero mediano.
Mientras, el tercer y cuarto hombre de la fila aguardan su turno.
La expresión facial del tercer hombre (de unos 40-45 años y cuya cabeza es visible tras el hombro derecho iluminado por el sol del joven parado que está llenando su plato con patatas del puchero mediano que le ofrece la monja) es devastadora: se halla en profunda introspección, sumido en la desesperanza y saturado de ansiedad ante un futuro sombrío e incierto.
Es ahora cuando el fotógrafo elige este instante definitorio para apretar el botón liberador del obturador horizontal 100% mecánico con cortinillas de seda engomada de su Leica IIIc (que incorpora algunas mejoras diseñadas por Ludwig Leitz y Willi Stein con respecto al ya de por sí excelente obturador original de la Leica III creado por Oskar Barnack, e igualmente produce un ruido casi imperceptible al no existir espejo basculante), mientras apoya fuertemente la muleta en su axila izquierda y sujeta la cámara con ambas manos, creando una imagen muy ilustrativa de la Córdoba de posguerra, que 61 años después de ser captada, constituye un excepcional documento gráfico, todavía más desgarrador y elocuente de lo que pudiera parecer, ya que la angustia y tensión casi tangibles de la escena (al igual que el humo ascendente de los pucheros que están siendo calentados in situ y el olor que emana de ellos)
Reencuadre selectivo en cuyo centro se aprecia como el hombre a la izquierda de la imagen ha cogido con su mano derecha todos los panes posibles mientras sujeta un cuenco blanco como puede entre su antebrazo derecho y la zona derecha de su cuerpo, al tiempo que su mano izquierda se aferra fuertemente con los cinco dedos a la cesta de mimbre en la que quiere conseguir como sea introducir más comida. Este contexto de necesidad, miseria y tensión es magistralmente captado por Ladislao Rodríguez Benítez con inefables niveles de discreción y sutileza.
son catalizados aún más si cabe por el notable esfuerzo que está haciendo el hombre de unos 30 años ubicado a la izquierda de la imagen (que intenta hacer acopio de toda la comida que puede, ha cogido ya seis panes — que aparecen realzados por el efecto tridimensional generado por la poderosa luz natural alta procedente de la izquierda y que ilumina la imagen — con su mano derecha que ya no da más abasto, sujeta con precario equilibrio entre su antebrazo derecho y su pecho un cuenco que intentará llenar de patatas cocidas, y tiene a la vez agarrada con su mano izquierda una cesta artesanal hecha de mimbre, mientras nervioso, mira fijamente a la monja con gafas, a la que, fruto de la necesidad, intentará convencer para que introduzca más panes dentro de ella) y por el semblante afligido de la muchacha auxiliar que observa como la monja con gafas ofrece el puchero mediano con patatas (agarrándolo con su mano derecha por una de sus asas) al joven desempleado mientras su mano izquierda descansa sobre la caja de cartón con panes en su interior.
Es una imagen dura, muy representativa y con valioso contenido informativo, cuyo epicentro semántico es el rostro del hombre de unos 40-45 años (situado justo detrás de los dos más próximos a cámara que están recibiendo comida),
El grano de la emulsión de blanco y negro Kodak Super-XX 200 ASA por entonces de alta velocidad y el enfoque no preciso al 100%, (típico en el fotoperiodismo hecho con cámaras Leica en el que la rapidez al disparar es fundamental) se combinan para aumentar todavía más el drama de la fotografía, factores ambos que fueron utilizados también por Bruce Davidson tres años más tarde cuando hizo con una Leica M2, película Tri-X y un objetivo Leitz Summaron 35 mm f/3.5 el retrato del payaso Jimmy Armstrong con el torso desnudo, tirantes, la cara pintada, su brazo derecho doblado hacia atrás por la zona del codo y una pequeña cortina blanca sobre la cabeza durante el mes que estuvo fotografiando el Circo Beatty-Cole-Hamid en Palisades, New Jersey (Estados Unidos).
presa de la desazón y temor ante un futuro lóbrego, y que corresponde conceptualmente a la época dorada del fotoperiodismo (años treinta, cuarenta y cincuenta). Una expresión facial de desesperanza que no le va a la zaga al trabajador emigrante que aparece con la mirada perdida y notable preocupación, con su mujer dando el pecho a su hijo justo detrás de él, en la fotografía hecha por Dorothea Lange el 1 de agosto de 1938 a los tres en un campamento improvisado junto a la carretera en Blythe (California), tras huir de la sequía en Oklahoma
Ladislao Rodríguez Benítez pertenece sin ningún género de dudas a esta generación de oro del fotoperiodismo mundial caracterizada por fotógrafos formados en el blanco y negro con película química que hacían fotos de gran nivel con cámaras totalmente mecánicas, sin electrónica ni automatismo alguno, sin obsolescencia programada, con excelentes objetivos de enfoque manual, midiendo por estimación conforme a su experiencia y talento y con una innata capacidad para "ver la foto" y "volverse invisibles" en el momento supremo del acto fotográfico, todo ello en el marco de una concepción artesanal de la fotografía.
Es una dinámica de trabajo afín a la de Walker Evans, Robert Doisneau, Izis Bildermanas, Willy Ronis, Édouard Boubat, Brassaï y otros, pateándose a diario durante décadas las calles de su ciudad, buscando con ahínco las mejores fotos posibles, tanto de día como de noche, dedicando su existencia en cuerpo y alma a la fotografía, que se convierte no sólo en su profesión sino en una forma de vida.
Así pues, Ladislao Rodríguez Benítez conoce Córdoba como la palma de la mano y trabaja a destajo, de sol a sol, vive y ama la fotografía con enorme pasión y tiene que estar permanentemente disponible, incluso de madrugada, si la actualidad o la necesidad de ir a un lugar para hacer fotos en el momento adecuado así lo precisan.
Pero en mi opinión, esta fotografía trasciende el fotoperiodismo de alto nivel y el concepto de imagen icónica (pese a que en gran medida pueda ser calificada sin ambages como tal) y aporta un admirable escalón cualitativo más desde el punto de vista de superación de sí mismo por parte de un ser humano.
Esta foto fue hecha con el corazón y con el alma por un hombre de los pies a la cabeza, que aunque le faltaba una pierna, siempre conseguía llegar a todas partes en el momento adecuado y situarse en la mejor posición posible para hacer sus fotos, algo de extrema dificultad para un minusválido y que tuvo que significar sin duda para este gran fotoperiodista de raza realizar un enorme nivel de esfuerzo constante, con frecuencia al borde de la extenuación, durante toda su carrera como fotógrafo, ya que el fotoperiodismo social clásico con ópticas fijas (especialmente con objetivos de 50 mm, que por su naturaleza de teles cortos son más complicados de usar que los angulares de 35 mm - óptica fotoperiodística por excelencia- y 28 mm) precisa de constantes y rápidos movimientos con los pies para poder realizar los encuadres, de lo cual se infiere que el coraje, pundonor, nivel de autoexigencia y profesionalidad de este hombre fallecido en 1988 tuvieron que ser ciertamente impresionantes, al igual que esta fotografía hecha por él y que contiene otro ingrediente fundamental: el fortísimo sol de Andalucía que penetra diagonalmente en la imagen desde la esquina superior izquierda inundando con luz toda la escena e incidiendo especialmente en los rostros y zona torácica de las tres monjas y la joven mujer auxiliar que están dando de comer a los parados cordobeses. así como en el gran puchero en el que se están cociendo patatas y la caja de cartón que contiene los panes, elementos ambos que junto con el pecho de la monja más próxima a cámara conforman la zona high key extrema de la fotografía.
Dicho uso de la luz solar muy poderosa que genera fortísimas altas luces, sombras y contrastes, entronca en intensidad cuántica con imágenes realizadas por Werner Bischof ( Fotografía vertical sobre la Hambruna en Bihar, India en 1951 en la que la mujer situada en la zona inferior se protege del sol con su mano izquierda mientras dos ancianos ubicados de pie tras ella se apoyan en cañas), Mario de Biasi (Abuela que Sostiene en Brazos a su Nieto en Cerdeña, 1954), Yuri Eremin (Camellos en una calle de Bujara, 1928), Laszlo Moholy-Nagy (Dos Niños en Ascona, 1926), Manuel Álvarez Bravo (Muchacha Viendo Pájaros, 1931 y Tumba Reciente, 1939), John Thomson (Calle de los Curanderos, Cantón, 1869, también con una gran profundidad de campo), Dorothea Lange ( Trabajadores en paro esperando fuera de la Oficina de Empleo Estatal de California en Tulelake, Condado de Siskiyou, Septiembre de 1939), Eugène Atget (La Vendedora de Flores, París, 1899, en la que aparece un hombre con sombrero a la izquierda que sujeta flores pequeñas en su mano derecha cubierta con un guante blanco mientras la mujer de la derecha le ofrece un ramo de flores más grandes y se aprecia la palabra Degustation pintada en la pared del fondo, en la zona superior de la fotografía), Joel Meyerowitz (Ciego con Gafas y Boina Negra en una Cafetería, España, 1967, asimismo con una notable profundidad de campo que permite discernir con plena nitidez a las personas de todas las edades visibles más allá del cristal del establecimiento, que están contemplando un espectáculo ambulante realizado por dos muchachos gitanos, uno que toca la tormpeta y otro que hace resonar un tambor, mientras una cabra hace equilibrios sobre una base de reducidas dimensiones en lo alto de una pequeña escalera de mano, pudiendo apreciarse al fondo de la imagen, en su zona superior izquierda, un Citroen 2 CV y un Seat 600), Samuel Coulthurst (Fotografías Callejeras en el Bullicioso Mercado de la Swan Street de Liverpool, entre 1889 y 1900) y otros.
Es además una imagen que posee abundantes elementos compositivos que el fotógrafo ha combinado con tanta maestría que el resultado destila a la vez naturalidad y sencillez.
Reencuadre selectivo del tercio izquierdo de la fotografía, en el que se aprecia al fondo a la mujer apoyada en la pared sujetando entre sus manos la chaqueta de su marido que está esperando en la fila a que le entreguen su ración de comida. La superficie de negativo de 24 x 36 mm, cuatro veces más pequeña que el formato 6 x 6 cm y seis veces menor que el formato 6 x 9 cm (usados ambos por algunos fotoperiodistas de la época, en especial la Rolleiflex 6 x 6 cm, Ikonta B 521/16 de 6 x 6 cm, Ikonta B 523/16 de 6 x 6 cm, Zeiss Super Ikonta B 532/16 de de 6 x 6 cm, Mess-Ikonta 524/16 de 6 x 6 cm, Agfa Super Isolette de 6 x 6 cm, Ikonta C 521/2 de 6 x 9 cm, Ikonta C 523/2 de 6x9 cm, Mess-Ikonta 524/2 de 6 x 9 cm, Super Ikonta C 531/2 de 6 x 9 y la Voigtlander Bessa RF con la que se podían exponer tanto negativos de 6 x 9 cm como de 6 x 4.5 cm, sin olvidar la Speed Graphic de gran formato 4 x 5 — contacto de 10 x 12 cm—) hace que inevitablemente se pierda calidad de imagen con respecto a la fotografía entera al realizar ampliaciones de áreas concretas del negativo.
Por otra parte, la sabia elección de diafragma probablemente f/11 por parte de Ladislao Rodríguez Benítez, aprovechando la abundante cantidad de luz solar disponible para obtener una gran profundidad de campo tirando a pulso sin trepidación, hace que todos los elementos compositivos y personas visibles en la fotografía aparezcan nítidos, incluso la mujer situada de pie cerca de la esquina superior izquierda de la imagen, apoyada con su espalda sobre una pared blanca, al tiempo que sujeta entre sus manos la chaqueta oscura de su marido (que es uno de los hombres que permanecen de pie en la fila esperando su turno), en la que se aprecian dos panes que sobresalen de uno de sus bolsillos, mientras su semblante indica resignación, junto a un niño pequeño ajeno a lo que está ocurriendo, que juega de espaldas a cámara y es probablemente su hijo.
En otro orden de cosas, la fotografía confirma la buena nitidez, contraste y traducción de diferentes tonos que obtiene el objetivo Summitar 5 cm f/2 al ser diafragmado (mientras que a plena abertura su rendimiento es inferior), algo especialmente verificable en las vetas y tramos deteriorados de la madera de la vieja puerta con aldabón de hierro forjado y en la textura de la cesta de mimbre, pese a que en este caso el muy frágil elemento frontal de la mencionada óptica standard presentaba varias marcas de limpieza en gran medida inevitables, así como algunos pequeños arañazos.
Pero lo verdaderamente importante es que el fotógrafo muestra su maestría y experiencia eligiendo el momento más importante y significativo para apretar el botón liberador del obturador de su cámara con una más que notable precisión en el timing, producto del talento, experiencia e instinto intuitivo propio de los grandes fotoperiodistas, consiguiendo además pasar desapercibido y captar a todas las personas que aparecen en imagen sin que ni una sola de ellas detecte su presencia y mire a cámara, algo que tiene un enorme mérito, ya que dispara desde una distancia muy próxima, de unos 4 metros.
Y esta imagen es un vívido ejemplo de que conseguir una muy alta resolución y contraste, ausencia total de grano, ampliaciones de imagen sin mácula a enormes tamaños, tener objetivos con elementos asféricos de primerísimo nivel óptico, un bokeh cremoso, etc, no son en absoluto los factores más importantes a la hora de conseguir una gran imagen fotoperiodística, siendo mucho más trascendental el ojo del fotógrafo y su capacidad para saber ver la foto, así como el carácter evocativo de la imagen captada.
Por ello, la marca o tipo de cámara y objetivo utilizados no son lo que decide la calidad de las fotografías, sino los ojos y cerebro del fotógrafo, así como su experiencia y talento.
Y la clara tendencia al flare de este objetivo ha sido contrarrestada por el sabio uso del parasol Leitz SOOPD por parte de Ladislao Rodríguez Benítez (uno de los más eximios fotoperiodistas en la Historia de la Fotografía Cordobesa, pionero de la Agencia Cifra — posteriormente denominada Agencia EFE— y Europa Press, además de trabajar como reportero gráfico para los periódicos ABC, Diario Informaciones, Pueblo y las revistas Dígame — rotativo gráfico informativo editado en gran formato durante los años sesenta y setenta — y El Ruedo, habiendo sido también redactor gráfico de la Hoja del Lunes, semanario editado con periodicidad semanal por la Asociación de la Prensa de Córdoba), que utilizó una pléyade de cámaras y objetivos a lo largo de su dilatada carrera profesional de más de cincuenta años, durante la cual se convirtió en un experto en mecánica fotográfica, hasta el punto de que era capaz de armar y desarmar cámaras de distintos formatos para observar su funcionamiento y atesoró una valiosa colección de ellas que ha sido preservada con cariño por su hijo Ladislao Rodríguez Galán.
José Manuel Serrano Esparza
El autor desea expresar su agradecimiento a Ladislao Rodríguez Galán, hijo de Ladislao Rodríguez Benítez, señero fotógrafo cordobés, por su amabilidad y trabajo buscando la fotografía en el histórico archivo de su padre así como por la confianza depositada y a Antonio Jesús González (redactor gráfico del Diario Córdoba y eminente investigador de la historia de la fotografía cordobesa y andaluza) por realizar las gestiones para el envío de la fotografía objeto de este modesto artículo.